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Gorki

lunes, abril 03, 2006

Pedro Solórzano bebía jugo de naranaja, por la mañana, como de costumbre, cuando su equipo de prensa le entregó la síntesis informativa del día. La cara de su empleado le anunciaba malas noticias. Solórzano lo vio nervioso, más que de costumbre; su sonrisa tímida tenía ahora algo más. Era ese algo de preocupación. Solórzano lo intuía.
-¿Qué dicen ahora los diarios, Luis? -preguntó Solórzano.
-Ay, jefe, de la que se salvó ahora que estuvimos en El Salado.
-De qué me salvé. Solamente del pinche calor.
-Mire, jefe, lo que cabecea El Imparcial.
Solórzano leyó en la síntesis la de ocho de El Imparcial. Sus ojos tristes, cansados pero maliciosos, pronto se abrieron desmesuradamente. Leyó estupefacto, impresionado por la historia. Puso los papeles sobre la mesa y quedó viendo a Luis.
-¿Cómo es posible que un pinche pescador me haya querido cargar? Más todavía, ¿para qué chingado tengo un equipo de seguridad y, supuestamente, de inteligencia, y no haya podido detectar las intenciones de este pinche pescador? A ver, llámame a Ernesto.
Luis, nervioso, con sudor en la frente y los dedos trémulos, buscó en la agenda el teléfono de Ernesto. Con el teléfono inalámbrico en la mano se dirigió hacia una de las ventanas, mientras al otro lado de la línea se escuchaba la voz de Ernesto.
-Ernesto, hijo de la chingada, el jefe está encabritado. Ayer, en El Salado, le quisieron partir la madre y tú ni enterado. Tu pinche trabajo de inteligencia te lo gana la prensa. ¿Ya leíste los diarios de hoy?
Del otro lado, en su casa, Ernesto se trataba de curar la resaca con un cagauama bien fría. La tenía en el piso, junto a una de las patas del sillón.
-No lo he leído. No me chingues, cómo que se lo quisieron cargar.
-Cómo que se lo luisieron cargar -remedó Luis-. Pues sí, pendejito, se lo quisieron cargar. Lee El Imparcial y entérate.
-Ahí está ese pendejo -gritó Solórzano.
-Sí jefe, lo tengo en la línea.
-A ver pinche Ernesto, para qué chingado crees que te pago, eh.
-No pos, para que no le pase nada, jefe.
-Mira cabrón, me vuelvo a enterar de estas pendejadas y de que tú no sabes nada, te mando a la chingada, cabrón.
-Sí, jefe, le prometo que no volverá a pasar.
-Y si me entero que andas borracho también te chingo, pendejo.
-Sí, jefe.
-Sí, jefe, mis huevos.
Solórzano aventó el teléfono contra la pared. Luis, asustado, lo recogió y lo puso en su lugar. Preguntó si se ofrecía algo más. Nada, dijo Solórzano, y Luis salió de la oficina de su jefe. Subió a su automóvil y se dirigió a las oficinal de El Inmparcial.

miércoles, marzo 08, 2006

Costeños

Esa tarde, con unos cuantos pesos en la bolsa, me metí a una cafetería en El Salado. Primer pregunta, una vez adentro, ¿qué hago en una cafetería de la costa, si el calor es inaguantable? Segunda, ¿porqué no me regresé a Barranco? Tercera, ¿tengo que escribir algo para el periódico? pedí un refresco y saqué una libreta. Hice algunos apuntes. Trataba de imaginar a Pedro Solórzano hablando ante los salados. Nada. La mesera se acercó con el refreso. Un hilillo de sudor comenzaba a correr por mi frente. Calor y desesperación. Mala combinación. Bebí con cierta desespeación el refresco. Pedí, mejor, una cerveza. En el menú de la cafetería vi que orfecían cervezas. Llamé a la mesera. Pensaba que las cafetarías servían, además de café, refrescos y alguno que otre tentempié, le dije. Ella me contestó que en la costa lo mismo da si entras a una cafetería o a una cantina. En todos lados lo que quieren es saciar la sed y amainar el calor. Le pedí una cerveza.
Me enfrentaba a la terrible hoja en blanco, juntando ideas para escribir la crónica. ¿Qué podía decir? Que a Solórzano se le cuecen las habas porque sean las elecciones, le urge que la gente vote. Por eso anda ya de pueblo en pueblo, lo más rápido posible, para ganar votantes. Bebía. La cerveza fría me distraía, en vez de ayudarme a poner claras mis ideas. Ni madres, pensé, nada puedo hacer.
Una de las sillas alrededor de la mesa se movió. Vi las patas. Unos pies enhuarachados estaban ahí, a la espera. Levanté la vista. Era uno de los tantos pescadores que por las tardes, después de vender su mercancía, deciden quedarse en El Salado, para regresar al otro día temprano al puerto.
-¿Puedo sentarme?
-¿Qué desea?
-Sentarme, estoy cansado.
Su rostro era arrugado, viejo, quemado por el sol. Despedía un ligero olor a pescado, quizá a altamar.
-Estoy ocupado -dije.
-No le voy a quitar tiempo.
No comprendía su interés por sentarse en la mesa donde yo estaba. Volteé a ver a todos lados, como esperando una respuesta en la gente. ¿Por qué ese interés? No hallé lo que buscaba. Parecía que a nadie le interesaba que ese pescador, con cara de pocos amigos, estuviera parado ahí, frente a mí. Le quise volver a decir que no, pero retiró la silla y se sentó. Emitió un sonido con la boca, indicando su alivio por tomar asiento. Quise volver a concentrarme en el texto. Él chifló y la mesera, ahora sí muy atenta, llegó en un tris. El pescador pidió una cerveza. Se la trajeron y la bebió con desaparpajo. Chasqueó los dientes.
Quiso hacer plática.
-Usted no es de por acá, ¿verdad?
-No.
-¿Es de Barranco?
-Lo supuse.
-¿Qué le hizo suponer eso?
-No es su ropa, no sé. Me parece que no tiene usted el tipo de costeño. A los costeños se les conoce luego luego. No es usted tan moreno ni colocho para decirse costeño. Y tampoco tiene el acento.
-Tiene usted razón.
-Además, tampoco bebe usted como costeño. Más bien parece de la ciudad, de allá de Barranco.
-¿Cómo beben los de ciudad? -pregunté.
-Desganados, como si lo hicieran por compromiso o por sentirse importantes. No saben. Aquí bebemos como algo normal. La cerveza es agua. No queremos llamar la atención de nadie. Parece que ustedes sí.
-¿Usted cree que con sólo esta cerveza estoy bebiendo así?
-Sí -toma un trago y levanta la vista, como esperando que alguien se de cuenta de lo que está haciendo.
No sé como permitía que el tipo siguiera hablando. Le dije que tenía que retirarme, y que le agradecía su plática, muy ilustrativa para mí. Le dije, para excusarme. que me sentía cansado después del mitin de Solórzano.
-Sí, aburre escuchar a esos tipos. No lo vi en el Puerto.
-Ahí estaba, escuchando -dije
Casi levántandome de la mesa se me ocurrió:
-¿Usted cómo lo vio?
- Aburrido. Estuvo una hora parloteando, que si los derechos humanos, que esto y que el otro. Total, a mí de qué me sirve. Se dio cuenta usted que llegó poca gente, ¿verdad? Pues los pocos que estaban eran acarreados de otras colonias. A todos les dieron un cheque por 300 pesos. Yo los vi. Como agradecimiento por el apoyo otorgado. Míseros 300 pesos. Se los dieron casi al final. Uno de mis compadres, ya borracho, se encabronó por esa bicoca y sacó su machete. Muy pocos se dieron cuenta. Sacó el machete y zúmbale, que se quiere aventar contra ese mentado Solórzano. "No compadre, le gritábamos, no sea usted pendejo". Pero mi compadre es bien pendejo y además borracho. Entre todos lo detuvimos y le quitamos el machete. A ese mi compadre lo agarramos y lo llevamos a la casa de un mi amigo. Ahí quiso seguir echando trago. ya no le dimos. Y que se pone a llorar. Salió con la pendejada que desde Barranco le habían dado mil pesos para que se quebrara al Solórzano. Pero llegó tarde al mitin porque un día antes e acabó la paga bebiendo. Y hoy, pos, según él, todavía encontró por ahí un su billete para comprar más, y así llegó, borracho. Yo lo dejé en la casa, dormido, después de que lo vi llorar todo el día. Dicen que lo va a matar un tal Albores porque no hizo su trabajo.
-Mire usted, no me di cuenta de eso que me dice.
-No pos lo agarramos a tiempo antes de qu hiciera un desmadre. Yo me vine para acá, con tal de descansar un rato. Aquí voy a dormir en casa de mi suegra. Una cerveza me relaja, sino no puedo conciliar el sueño.
-¿Está seguro de que lo quiso hacer su compadre?
-¿Tengo cara de mentiroso? -dijo y frunció el ceó.
Le pagué la cerveza y corrí a un ciber. Redacté la nota. La cabeceé: "Ebrio sujeto planeaba matar a Solórzano". Al final, le indiqué a mi editor, que esperara el boletín de Solórzano.

martes, marzo 07, 2006

El Salado

Pedro Solórzano llegó a la gubernatura precedido de un respaldo popular que nadie puede negar. Era senador cuando decidió aventarse el paquete de gobernar este su terruño, Barranco. Su labor proselitista le llevó a establecer alianzas con el PRD y el PAN, y otros partidillos que gustan mamar de las ubres públicas. La realpolitik, creo que le llaman a eso de echarse la mano entre corrientes encontradas. Lo hizo Solórzano. Durante su candidatura llamó la atención de mochos católicos y protestantes e intelectuales de izquierda. Un revoltijo. Y, al viejo estilo del PRI, también supo ganarse la simpatía de organizaciones campesinas y obreras, principalmente, quienes le garantizaron el triunfo. La gente lo quería. El hartazgo era evidente en todos los sectores sociales. Ya nadie quería al PRI. Los del revolucionario (esa Revolución anquilosada, pervertida, devenida partido político) tuvieron que aguantarse las ganas de refrendar la silla gubernamental.
Yo estaba en el Imparcial tratando de saborear una torta de las que vende la señora de enfrente. Pinches tortas, me cae, no he probado otras iguales. Ahí estaba, pues, sentado frente a la computadora trtando de escribir una crónica, cuando me llamó mi editor.
-Aquí nada de formalismos -me dijo-, no esperes papelitos ni órdenes de trabajo en sobre cerrado. A la chingada. Mañana sale Solórzano a El Salado, con el argüende ese de que quiere ser gobernador. Así que, Gorki, tomas tu grabadora y una cámara y te me vas bien tempranito.
-¿Quién me va a llevar? -pregunté.
-No mames, Gorki, ni madres, no hay quien te lleve. Agarras el camión
Puta, pensé, tan siquiera me van a dar viáticos.
-Pagas todo, de regreso te lo reponemos dijo mi editor. Ni pedo, dije, así este pinche desmadre, todo por el amor al oficio.
Al siguiente día, temprano, a las seis de la mañana, estaba en la terminal de Rápidos del Sur. Ni cola hice para comprar el boleto a El Salado. Tardé cuatro horas en llegar, cuando en condiciones normales se hacen dos horas. Los camiones de Rápido del Sur son de segunda, se van parando por cuanto pueblo se les cruza enfrente para levantar pasaje. y sí que levantan. Los pasillos del camión iban repletos. Una señora, gorda, se sentó en el brazo del asiento. Casi se me encimó. Lo único que hice fue tomar la cámara y resguardarla. Calor de la chingada. El camión terminó de dar vueltas y bajó a la costa, a las carreteras rectas, planitas, tranquilas. Cuatro horas después de haber salido de Barranco, la capital, llegué a El Salado. El sol me recibió con sus brasas abiertas. LLegué a la oficina de campaña de Solórzano donde me dijeron que ya se había ido al puerto.
Abordé un taxi anaranjado. Esos sí que vuelan. Llúegué en no menos de 20 minutos al puerto. Corrí hacia la palaya, de donde venía mucha gente. Supuse que el mitin de Solórzano había sido ahí. Y tenía razón. Ah+i había sido. Pero ni las luces del candidato, ni de de los lameculos que lo acompañan. Pregunté a dónde se había ido. Me dijo un lugareño que se había subido a un helicóptero para continuar con su gira en Tapanco.
Decepcionado, regresé a El Salado. Pedí el teléfono a una caseta. Marqué al Imparcial.
-Mi editor, qué cree.
-Qué
-Ya no encontré al preciso, se había ido a Tapanco. Creó que adelantó su mitin.
-Gorki, te doy hasta la noche, en el cierre de edición, para que me envíes la nota, no quiero pretextos.
Más triste todavía colgué. enía que hacer algo para sacar la chamba del día.

viernes, marzo 03, 2006

Calor

El calor, muchas veces, encabrona. En Barranco está haciendo un calor de la chingada. Especialmente al mediodía. No puedo decir a cuántos grados estamos, lo único que sé es se me antojan unas chelas y camarón con chile blanco. Pero encabrona porque pega sabroso y uno no puede hacer nada. En la oficina del Imparcial, periódico donde trabajo, no hay aire acondicionado. Sólo unos ventiladores que hacen tanta bulla que aturden. Nadie los soporta; bueno, nos tenemos que aguantar porque es una de dos, o el calor o el ruido. Aun así, el pinche calor sofoca. No podemos salir de la oficina así nomás, a echar chelas. Me gustaría. Además tenemos que terminar nustras notas y esperar a que el editor las lea. Después sí, a echarse unas chelas. Lo hicieron por mucho tiempo unos compañeros, por varios meses, hasta que les quisieron poner un alto. Hicieron caso, pero a veces se pasan las recomendaciones por el culo. A uno de ellos lo tuvieron que llevar a alcohólicos anónimos. Que chinga. En esa ocasión los habían mandado a cubrir una rueda de presna que iba a dar un diputadillo, de esos que se candidatean para gobernador sin pedirle permiso al mero mero, a Pedro Solórzano. Salieron temprano de la redacción del periódico y no regresaron sino hasta el siguiente día, sin la nota, por supuesto. Tuvimos que esperar el boletín de prensa que nos enviaron de la oficina del diputado. Una mierda. Ya saben, ensalzando la labor social de quien se roba nuestra paga. Resctamos dos que tres ideas, no tan lambisconas, e hicimos la nota.
Al siguiente día, los compañeros reporteros llegaron bien crudotes con la historia de un ciego, que les parecía mejor que las ficciones políticas. Ese pinche Pedro Solórzano, me cae, sabe armar mitotes. En la radio, muy tremprano, concedió una entrevista para deslidnarse y, de paso, meterle una buena regañada al diputado. Se llama, el diputado, José Armendáriz Bonilla.
Total, espero que hhoy sí, a pesar de la información y gracias al canijo calor, pueda echarme unas chelas en Las Pepitas. Hace tiempo que no lo hago entre semana porque me está creciendo una panza de la chingada. Sólo los fines de semana me doy gusto. Aunque, lo he estado pensando, chingue su madre la barriga. No soy metrosexual.


 
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